Inhalé mi primera bocanada, exhalé con gran intensidad, un sentir de lo confortante, “fumando espero / a la mujer que más quiero…”, se me cayó la cedula, sólo queda ese caminar hacia Los Ilustres con las esperanza de ser embargado por la inspiración de la divina palabra que abriría la calle hacia una idea de algo, no quiero aceptar sólo la felicidad por sí misma, aspiraba a deletrear todas mis esencias del espíritu.
En la Roosvelt –cuándo le cambiará el nombre por algún extraordinario personaje de nuestro país- dirigí los pasos hacia un recoveco de aquella calle, ¡mierda! es un callejón sin salida, me estaré volviendo en un callejonero como expresa William Ozuna: “un poeta callejonero”, retornando los pasos hacia una subida, por qué fumo tanto, me quedé sin oxigeno, que ladilla andar a la deriva encontrando los inconvenientes del error pero sin eso no hay logros, olvido lo que es descubrir cualquier cosa, sólo es saber cómo variar y corregir para avanzar.
Seguí con el paseo durante un buen rato sin conseguir que el cerebro hilvanara alguna idea, existían muchas, cosas tan buenas que pudiera caer en lo repetitivo, es la propia tendencia de muchos, lo que habría que conocer la manera de impregnar las palabras con un toque personal, fumaba a cada paso lo único que calmaba el estado de ansiedad, escribir es algo que algunas veces es más complejo de lo imaginado: “los escritores dejan de ser hombres: los escritores reflejan escritores, y nuevamente los escritores reflejan escritores, hasta que el hombre se agota se acaba” decía el amigo Walt, qué podía esperar de Whitman dejando esa duda tan cartesiana que tengo que pudiera estar acabado, ya no podría deletrear una palabra más.
Volví a la Plaza Bolívar sentándome en un banco pensando en lo que iba a escribir, por qué deletrear sobre papel algo porque sí, no hallaba la respuesta aunque la tenía a pata de mingo: no tenía nada que decir; una manera rara de hacer algo por hacer y te salga algo desastroso, todo iba bien a mi alrededor, mucha gente embargada por la felicidad, debo reconocer que me sentía muy bien. “Estoy aquí para reencontrarme con la humanidad, el sentirse bien”; le dije a mi amigo Manuel Almeida al encontrarme en el boulevard Panteón, la verdad sea dicha, era cierto, me embargaba profundamente el bienestar, esa paz y la pasión por la vida de todos los que me rodeaban, los conociera, pocos, y la gran mayoría, el buen vivir enmarcado en todas partes.
Claro, eso no lo podía negar, en estos tiempos había bastante de que escribir, la sola idea de llevarlo a cabo sobre todo lo que se construye, de las grandes y nuevas visiones de la vida, existencia del ser humano daba la permisibilidad creadora de profundizar un tipo de texto literario diferente a lo conocido. ¿Qué importancia tiene la existencia? Más de lo que uno pudiera imaginar. Se ha puesto de lado la presencia de la muerte, el amor hacia la muerte lo llevan a cabo unos pequeños grupos, allá ellos que viven de eso, por este lado es el profundo amor a la vida y todo lo que le rodea, desde la propia presencia del ser humano hasta la naturaleza; así es, todo es caminar con la soltura del hombre libre, por qué del hombre libre, muy sencillo, hoy en día el hombre, la mujer, el niño, la niña, el anciano, la anciana, todos se encuentran bañados por la libertad.
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